Edwin Cacho Herrera, Periodista
¿Cómo estaban las cosas antes del 26 de junio de 2024 en Bolivia, en cuanto a la economía, la política y el humor social? En estos días se cumple un mes de la asonada militar en La Paz y la pregunta busca marcar cómo llegó el país a ese episodio y cómo se encuentra ahora. Un mes en el que ocurrieron al menos tres hechos extraordinarios que podrían haber cambiado el rumbo o podrían haber significado el inicio de un viraje; sin embargo, la realidad cotidiana de los bolivianos grita que las cosas siguen igual o están peor que antes.
En mayo, el Ministro de Economía afirmó públicamente que había más de 450 millones de dólares a disposición del público en los bancos y anunció que habría más producto de las exportaciones, cumpliendo el acuerdo de 10 puntos firmado en febrero con el empresariado nacional. La declaración no pasó de eso. Lo que sí hubo fue una marcha de gremiales de Patacamaya a La Paz y la amenaza del transporte pesado del bloquear carreteras y fronteras por falta de dólares y suministro irregular de carburantes. La anunciada movilización fue aplacada con compromisos gubernamentales que luego no se cumplieron.
Mientras los mandatarios, los jerarcas del Estado y los funcionarios públicos fagocitados por el arcismo se alistaban a cobrar el incremento salarial dispuesto para este año, el nivel del deterioro de la economía se tornó preocupante y se había conectado con el deterioro político. Ambos provocaron, por supuesto, un deterioro en el “humor social”, haciendo que el escepticismo reine en el país. La descomposición gubernamental comenzaba a adquirir visos de decadencia porque el Gobierno solo tenía promesas para ofrecer, varias de ellas vacías. De soluciones, ni hablar.
El miércoles 26 de junio se produjo la asonada militar dirigida por el general Juan José Zúñiga y constreñida a las cuatro esquinas de la plaza Murillo y la puerta del Palacio Quemado. Un mes después, con el escepticismo de la gente en el máximo nivel, la retórica gubernamental del “golpe militar fallido” quedó en calidad anécdota que, paradójicamente, le abrió un nuevo frente al gobierno de Luis Arce.
“Basta de presentarnos como delincuentes”, advierten mayores y tenientes coroneles que no aceptan que policías hayan invadido el Estado Mayor del Ejército, que cerca de 30 de sus camaradas hayan sido presentados como presuntos autores de terrorismo y alzamiento armado con chalecos de aprehendidos y que los comandantes de las tres fuerzas estén presos (dos en cárceles y uno en su domicilio) por un golpe de Estado que no existió.
Tal vez esa advertencia y el clima de tensión que se apoderó de la institución armada es que a un mes de los hechos del 26-J, ninguno de los militares encausados ha sido castigado con la baja definitiva del Ejército, la Armada Boliviana o la Fuerza Aérea.
El segundo hecho de trascendencia fue la llegada al país de Lula da Silva, el 8 de julio, 15 años después, para brindar su apoyo a la gestión de gobierno y tratar de iniciar un proceso de reconciliación entre Arce y Evo Morales. En la cita de Santa Cuz, sus respectivos ministros firmaron una decena documentos, entre cartas de intención y acuerdos bilaterales, en áreas en las que Brasil puede dar un respaldo efectivo. Sin embargo, Lula no pudo guardar silencio sobre la actual situación económica del país y marcó el deterioro respecto a una década pasada.
Siete días después, el 15 de julio, a propósito de los 215 años del grito liberador del 16 de julio de 1809 en La Paz, el presidente Arce dijo que será realidad el anhelo de siempre: el departamento de La Paz será productor de hidrocarburos y recibirá regalías tras el descubrimiento de un megacampo en el norte paceño y los 1,7 TCF iniciales en reservas, luego de que se perforaron 6.000 metros de profundidad desde el pozo Mayaya Centro X1. De inmediato se estimaron millonarias inversiones para la instalación de más pozos (dos delimitadores y uno exploratorio), ductos para conectar el norte con el altiplano de La Paz y el traslado de una planta de procesamiento del Subandino Sur al Subandino Norte.
¿Algo cambió en la economía, la política y el humor social en Bolivia después de estos tres hechos? Tienes razón. Los dólares siguen sin aparecer y su cotización en el mercado paralelo trepó a más de 11 bolivianos por cada dólar estadounidense; el costo del kilo de pollo subió 4 bolivianos en cuestión de días en julio; los precios de los otros productos de la canasta básica también se fueron al alza; hubo una nueva crisis en la distribución de diésel pese a las explicaciones climáticas y logísticas de YPFB; volvieron las amenazas de movilizaciones de los sectores afectados.
En el terreno político, la guerra entre el arcismo y el evismo no se resuelve pese a la intención de Lula de acercar posiciones y de la Cumbre organizada por el Tribunal Supremo Electoral; los magistrados prorrogados siguen usurpando funciones; la parálisis del Gobierno ante los problemas económicos y políticos es pasmosa; la sensación de incertidumbre se ha consolidado entre la gente porque no ve que el gobierno de Arce tenga capacidad para solucionar dichos problemas, pero tampoco ve una alternativa real al populismo autoritario de casi dos décadas.
Por si fuera poco, la imagen del país se va a pique en el exterior. “El 26 de junio de 2024, día de la asonada militar en la sede de gobierno, nuestro riesgo país era de 1.980 puntos. Al día siguiente subió a 2.027 puntos y la semana (28 de junio) cerró con 2.082 puntos. El último reporte de riesgo país, elaborado por el Banco JP Morgan señala que Bolivia sigue siendo el país del continente americano con el mayor índice después de Venezuela, esta vez con 2.100 puntos”, explicó el analista económico Luis Fernando Romero desde Tarija.
Aquí surge otra pregunta. ¿Cuál es la percepción en el Gobierno después de tanto que no ha cambiado nada? Arce se ocupó de aparecer en actos de entrega de obras menores para el departamento de La Paz y visitó el pozo Mayaya X1 una semana después. Como siempre, el vicepresidente David Choquehuanca es un ausente-presente y el resto del Ejecutivo se encuentra partido en cuatro. Unos recalcitrantemente leales a Arce, otros de ideología marxista con prácticas autoritarias, algunos que se reclaman ser parte del socialismo del siglo XXI y los identificados como antievistas, dispuestos a todo para enfrentar al caudillo radicalizado.
Ha pasado un mes de la asonada en la plaza que representa el centro el poder político en Bolivia y el deterioro económico, el deterioro político y el deterioro del humor social no han sido revertidos y, más bien, tienden a agudizarse a mayor velocidad. El próximo hito para Arce, Choquehuanca y el arcismo es el 6 de agosto, cuando se conmemoren 199 años de la fundación de la República. ¿Qué le dirá Luis Arce al país en esa ocasión ante la crisis multidimensional? ¿Insistirá en que somos un país ejemplo en crecimiento económico y bajo desempleo? ¿Reiterará la fallida retórica de un golpe militar fallido? ¿Seguirá disputando la paternidad del pozo Mayaya X1 con Morales?
El 6 de agosto estaremos a un año de cumplir el Bicentenario de la fundación de Bolivia como república libre y soberana. ¿Ocurrirá algo que pueda detener la caída?
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Encontrados con Gonzalo Rivera
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