Por: Puka Reyesvilla

Cada elección trae consigo una serie de hechos que la van marcando, aunque, al final, lo que cuenta es el resultado y pocos recuerdan lo que sucedió en el camino. ¿Qué nos depararán las elecciones generales de agosto? Más allá del “wishful thinking” (“ganará tal”, “ganará cual”, de acuerdo al deseo de cada quien), el signo predominante es el de la incertidumbre puesto que, lejos de clarificarse, el panorama es disperso y confuso. Hubo otras en las que, más o menos a estas alturas, era relativamente sencillo predecir quién las ganaría –aunque, como recordaremos, podía no llegar a ocupar el trono presidencial–. Antes de que entrara en ejercicio la segunda vuelta –hablo del periodo democrático contemporáneo– el cargo presidencial podía recaer en cualquiera de los tres “finalistas”. En tal caso podía hablarse, con toda propiedad, de un “resultado final”, una suerte de elección en segunda instancia, la parlamentaria, que definía, vía pacto, la composición del nuevo Gobierno.

Con seguridad, más de la mitad de los votantes actuales aún no habían nacido cuando ello sucedía. Hay que aclararles que no había, en absoluto, ilegalidad alguna en tal procedimiento; se lo hacía siguiendo estrictamente lo estipulado en el artículo 90 de la CPE vigente entonces (la que había sido elaborada en 1967).

Aplicando tal mecanismo, por ejemplo, Jaime Paz Zamora (MIR) accedió a la Primera Magistratura en acuerdo con Hugo Banzer Suárez (ADN), relegando a Gonzalo Sánchez de Lozada (MNR). Acompañó a Paz Zamora, en el cargo de vicepresidente, Luis Ossio Sanjinés (PDC), que formaba parte de la fórmula de Banzer. Contra todo pronóstico –las críticas fueron inmisericordes al comienzo–hubo gobernabilidad, crecimiento y gestión. Lo reconocen incluso quienes, en su momento, manifestaron su desaprobación. Casos de corrupción muy sonados por entonces ensombrecieron en parte el buen gobierno que fue aquel. No se trata de hacer “corrupción comparada”, pero en relación a la que se dio en tiempos de Morales Ayma, aquella parece simple “avivada”.

Volviendo a lo nuestro, un caso curioso se dio, allá por comienzos de siglo, cuando más de un ciudadano –uno de ellos, emblemático futbolista– apareció inscrito oficialmente en las “planchas” de dos partidos políticos, en “franja de seguridad” para mayor detalle. Obviamente se produjo una ola de críticas tanto a los partidos como a las personas, quienes no tuvieron otra opción que retirar sus nombres de ambas listas.

Una figura parecida, aunque a la inversa, se ha dado en el presente tiempo previo a las elecciones de agosto: Una sigla ha presentado “oficialmente” a dos personas como candidatos a la presidencia. Si bien es normal que los partidos barajen varios nombres como potenciales “presidenciables”, otra cosa es hacerlo oficialmente.

El hecho no pasaría de la anécdota si no ocultase algo más profundo: el extremo deterioro de una parte del sistema de partidos, reducida a un vil mercado de siglas que, a falta de representantes propios, se ofrecen al mejor postor (en términos de negociación de “espacios”) sin el más mínimo rubor. La contraparte, es decir las personas-candidatos, no se libra de complicidad en la depauperación de la actividad política. Ciertamente a la hora del registro ante el Tribunal Supremo Electoral, solo uno de los “gemelos” será reconocido… aunque tal vez, a la manera de aquellos candidatos “duplicados”, ni uno ni otro, de pura vergüenza, hagan mutis por el foro.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Encontrados con Gonzalo Rivera