Los nuevos son aquellos personajes de la política que aparecen no como novedad de la coyuntura sino como novedad de un montaje histórico previo. Conviene entender la diferencia. No son aparecidos mágicos que se dan a conocer un domingo a las cinco de la tarde cuando el sol comienza a retirarse. ¿Qué puede significar eso? Pues que un Milei aparece en los últimos dos a tres años como comentarista político de televisión. Es cierto que es una cara nueva. Un personaje novedoso. Lo es, pero en la medida que convive con un sistema en ruinas. Es un rostro político jamás visto en un escenario que se derrumba. Es un niño de pecho en un asilo de ancianidad política. Es nuevo en tanto todo es viejo. Aparece un novel invitado cuando el fuego apremia.

Ejemplos similares comienzan a desplegarse certeramente en nuestra realidad. Sigamos con Milei: se contrapone magníficamente a los señores del kirchnerismo tanto como a aquellos del macrismo. “No soy esa izquierda, no soy esa derecha”; parece decirnos: “soy la novedad”. Ha sido tildado de ultraderecha sólo para encontrar un modo satisfactorio de clasificarlo, pero su sello identitario político es otro: es nuevo, dice cosas que nadie dijo, no cohonesta las acciones de ningún bando. Es original. Atrevidamente original. Esa es su huella política indeclinable. Es como si en una piscina de sapos saliera una rosa fulgurante, asegurándonos que esas aguas pueden ser hermosas. Ya no deben retener a esos sapos afeadores. Ya nunca más.

Sucede lo propio con otros candidatos como Noboa en Ecuador, que con sólo 35 años acaba de ganar la presidencia, distanciándose del correísmo, así como del morenismo/lassismo. Ni derecha, ni izquierda: somos la novedad que puede dar lugar a un cambio. Sin lugar a dudas, Bukele fue lo mismo en los prolegómenos de su carrera hacia la presidencia: ni de Alianza Republicana Nacionalista (Arena), ni del Frente de Liberación Farabundo Martí (FMLN): fue Nuevas Ideas quien arropó al candidato salvadoreño. Fue el “tercero en discordia” el que terminó por vencer.

En Chile, el actual presidente Boric es el resultado de un agotamiento de los gobiernos de izquierda y derecha que fueron supliéndose en el poder. Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera fue demasiado. Ambos perdieron legitimidad. Conviene recordar que son los únicos presidentes chilenos desde la apertura democrática en 1988 que retornaron al poder electoralmente. Cumplieron una doble gestión y, al hacerlo, se desgastaron. ¿Quién apareció en ese escenario de árboles quemados? Un joven líder de izquierda. Otra izquierda, no aquella pactista. Una izquierda original cuyo horizonte fue buscar reformar la Constitución enterrando definitivamente a la dictadura. La Constitución de 1989 aprobada a fines del gobierno pinochetista conjuntamente con los partidos de la democracia en ciernes, moriría.  Y a cambio nacería ese nuevo Chile edulcorado por la izquierda incipiente.

Finalmente, es imposible no referirse a Trump, quien rompe los parámetros de una “política normal”. Aparece como la novedad más rutilante de la política despellejando al partido demócrata tanto como a los candidatos “oficiales” del republicanismo. Es el “tercero en discordia”. Es el nuevo. ¿Por qué gana? El cansancio contra “los de siempre” es la causa de su triunfo. Se lo puede calificar de nocivo, tosco, grosero, burdo y los adjetivos que elijamos a destajo, pero no podemos invalidar su súbita aparición y su intrépido talante. Rompe los códigos seculares de la política estadounidense y se ofrece como un político que vuela, camina sobre el agua, habla en lenguas. Es nuevo a los ojos de la gente.

En otros países la dualidad aún se posiciona como única verdad. Lula y Bolsonaro se “turnaron” el poder y Lula volvió a vencer en 2022 y es el presidente. Sin embargo, el vacío está latente. Hay un espacio afable y promisorio para una tercera opción. Una opción nueva. Entre el anciano en su última gestión y el militar anclado en el pasado dictatorial que concentra a un solo polo demográfico, se hace imprescindible una opción de reclutamiento electoral conjunto. He ahí la particularidad de lo expuesto en este acápite-búsqueda: “se busca líder nuevo”, o, “se busca una propuesta que rompa con este pasado tosco y repetitivo”.

Concluyamos con lo más importante: nuestro país. En Bolivia, la dualidad se agazapa a los barrotes de la ancianidad política: el MAS de Evo Morales gobernó por década y media y el frente antagónico de derecha a la cabeza de Jeanine Áñez tomó el poder en 2019 tras el fraude perpetrado por este longevo presidente/candidato. Sin embargo, este escenario de bipartidismo, duró poco. El Covid zanjó la disputa a favor del MAS que retomó el poder con Arce de presidente. La izquierda se relegitimó. Hoy, la penosa presidencia de este último político-economista anuncia pomposamente la curva final de esa “vejez” partidaria reconvertida, pues, en una agónica dualidad. Evo fue la izquierda, Jeanine fue la derecha. Ese Evo se fusiona con Arce. Son lo mismo: el esperpento vejestorio de la izquierda. ¿Y en el frente opositor? Jeanine no se quema sola. Es solo la representante de una derecha vieja liderada por Mesa, Tuto y Samuel. Este diagnóstico nos dice que el centro está vacío. Hay un espacio por copar. Eso es histórico y los nombres van fluyendo. Esperemos, alentado al mejor…

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Encontrados con Gonzalo Rivera