Nuestra mente sigue anclada en los años 70 del siglo pasado. Somos esclavos de aquel añejo molde teórico: ése que situaba a los militares como el eje de nuestro destino, el alma de la política. Nuestros generales hacían y deshacían a su regalado antojo dibujando modelos de autoritarismo descarnados e ineptos. 

Esa imagen estanca nuestro desarrollo neuronal posicionándonos, con rigor desenfrenado, en aquellos días. Debemos quebrar esa estampa reluciente del pasado y comprender cómo es que esa autoritaria careta ha mudado. Ya no es un rifle el que resuena hegemónico, es la frondosa, desenvuelta y coqueta ignorancia la que domina nuestro espectro político. Y eso es lo que hace con elegante prosa César Rojas Ríos en su provocador libro Malpaís, ascenso de los mediocres seriales y muerte en vida de las instituciones: retratarnos a un país que se encapsula en su mediocridad. Se agazapa tras ese caparazón de ofensivo oscurantismo consentido y alentado. Ese es el nuevo autoritarismo que se asienta en Bolivia: el autoritarismo de los mediocres o lo que llamaría la mediocracia autoritaria.  

No es poco. No es sólo un adjetivo más que pueda endilgarse a los “revolucionarios” que nos han gobernado durante casi dos décadas. No es una indumentaria que te sacas y pones cuando se te antoje. No, claro que no. ¡Es tu propia piel! A través de tu sangre fluye esa mediocridad como un corazón insertado en el cuerpo: late infestando cada artería con ese mal-don. Ese es el objeto de estudio de Rojas. Ese era el flanco teórico que no nos animábamos a decir y que nuestro autor pone sobre el tapete. No queríamos arrimarnos a este cubículo de reflexión so pena de ser ipso facto, tachados de soberbios, racistas, altivos. Hoy lo sé: toda esa pompa discursiva era un conjunto de versículos de una biblia mundana gloriosamente aprendida con un sólo fin: protegerse de toda crítica. La crítica aparecía y sólo podía ser fruto de nuestra vileza congénita. 

César Rojas se enfrenta a esa ideología del lamento, quiebra su bola de cristal del victimismo y suelta una certeza brutal y clara que la interpreto con estas líneas: “ustedes, mediocres en serie, son los culpables de los males bolivianos, no aquellos a quienes vienen culpando con notable eficiencia discursiva”. Ese es el tenor de este inteligente trabajo.

Me permito citar este párrafo que sintetiza el propósito de la obra: 

“¿Volverán las excelentes golondrinas a gobernar? La mediocracia high tech devora al Estado y a la democracia de manera inmisericorde. La materialidad estatal la traga, la escupe y la degrada. Estamos ante esa política de mediocres a la que, al final, hay que tributar igualmente con autoridades mediocres (…). Hemos caminado un largo trecho patas arriba, pero no se puede más porque ya nada funciona. Y si se quiere que nuestras instituciones nuevamente pongan a rodar la rueda de los crecimientos crecientes, requerimos que los excelentes y virtuosos vuelvan a lubricarlas. Necesitamos poner en cuestión a este Estado “plurinacional”, porque el estado de esa cuestión es de una disfuncionalidad aberrante, redundante y excesiva”. 

Perfecto. Acusaban y lo hacen aún con esa luminosidad que sólo puede aportar un credo celestial, colocándose como los creyentes frente a la tropa de pecadores. Ya sabemos que este sonoro discurso revolucionario sólo los legitimaba. Es verdaderamente increíble que esta larga lista de epítetos, falsedades y ligerezas verbales, adornadas siempre bajo la bandera del “proceso de cambio”, haya logrado aupar a unas élites de escasa formación y menor ética. Es impresionante que lo hayan podido hacer, legitimando a una larga serie de mediocres-autoritarios enamorados de sus consignas revolucionarias, embobados con su finura teórica y trepados a una ideología altisonante: “somos mayoría”. Este autoritarismo ya no golpea con balas, golpea con fábulas, ilusionismo y mentiras. Sí recordamos que el mandatario autoritario de los 70 desplegaba su poder con la ayuda de tanques, balas y botas, Rojas nos advierte que estos nuevos “dueños del poder” lo hacen reafirmando cada hora, cada minuto y cada segundo de sus vidas, una poderosa arma: su galopante mediocridad-autoritaria, enseñoreada febrilmente en cada rincón del país.    

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Encontrados con Gonzalo Rivera