El líder de la CDU/CSU supera por poco la mayoría absoluta tras un primer intento fallido, dejando al descubierto tensiones internas y desconfianza política
Lo que debía ser un trámite sin sorpresas terminó siendo un mensaje claro de inestabilidad para el nuevo canciller Friedrich Merz, referente del ala conservadora de la política alemana. En la primera votación del Bundestag, Merz no logró los votos necesarios para ser investido. Le faltaron apenas seis votos. Horas más tarde, en una segunda ronda, consiguió 325 apoyos, superando por poco los 316 requeridos para alcanzar la mayoría absoluta.
La llamada “gran coalición” entre la CDU/CSU y el SPD contaba con 328 escaños, por lo que la elección parecía segura. Pero en la práctica, al menos 18 votos se perdieron: nueve diputados abandonaron la sala, tres votaron en blanco, uno emitió un voto nulo y cinco votaron en contra de su propio candidato. El resultado fue un papelón parlamentario que debilitó desde el arranque la figura de Merz y dejó en evidencia que su gobierno arranca sin el respaldo real que dice tener.
Las razones del descontento circulan ya entre pasillos. Dentro de la CDU/CSU hay malestar por el reparto de cargos, y más de uno critica los cambios de postura de Merz sobre temas como el gasto público. En el SPD, varios no le perdonan su pasado vínculo con la extrema derecha, cuando votó junto a la AfD. El resultado: un boicot interno, silencioso pero contundente.
Para remontar, Merz tuvo que hacer lo que juró que no haría: negociar con partidos como La Izquierda, a quienes había prometido mantener al margen. Solo así consiguió los votos que le faltaban. Pero el costo fue alto: su imagen de liderazgo firme quedó golpeada y su autoridad política cuestionada antes incluso de asumir.
Mientras tanto, la ultraderecha celebró el caos. Se presentó como la verdadera alternativa frente al desorden de los partidos tradicionales y aprovechó el escenario para fortalecerse públicamente.
Merz ha sido electo canciller, pero no por convicción del Parlamento, sino por una mezcla de presión, cálculo político y necesidad. Su “gran coalición” ya muestra grietas y desconfianza. Y cuando el techo empieza a crujir desde el primer día, es porque la casa no está bien construida.
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