La jornada del 19 de octubre de 2025 quedará inscrita como un punto de inflexión en la historia política nacional. El balotaje no solo inauguró un nuevo mecanismo democrático, sino que también ratificó una constante histórica: el peso electoral del occidente, en especial  de La Paz y Cochabamba, como ejes determinantes en la definición del poder político.

El triunfo de Paz Pereira tuvo un ancla visible en La Paz, el segundo departamento más poblado del país, según el último Censo Nacional de Población y Vivienda, y el segundo con mayor número de votantes registrados en el Padrón Electoral Biométrico. 

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A ello se suman los resultados obtenidos en  Cochabamba, Oruro,  Potosí, Chuquisaca y Pando que marcaron el desenlace de una elección intensa, en la que el oriente boliviano mostró su fuerza pero terminó dividido.

El voto de occidente reafirmó la tendencia dominante de las últimas décadas: los grandes cambios políticos en Bolivia suelen tener su epicentro en esta región. 

El electorado occidental fue determinante. No solo porque representa un peso numérico relevante, sino porque encarna un tipo de votante con fuerte identidad política, acostumbrado a participar activamente en los procesos políticos. Desde la Revolución Nacional de 1952 hasta la fundación del Estado Plurinacional, los momentos de viraje político han tenido ese sello.

Esta vez no fue la excepción. Los departamentos de occiente, pese a su declive económico frente a Santa Cruz, mantienen su hegemonía institucional como epicentro de la decisión política. 

El resultado también tiene un componente simbólico singular: Edmand Lara, el acompañante de fórmula de Paz Pereira, se convirtió en el primer outsider en alcanzar la vicepresidencia.

Su historia personal rompe los moldes de la política tradicional. Exoficial de la Policía Boliviana, Lara saltó a la fama a través de TikTok denunciando la corrupción de sus superiores. Fue procesado, destituido y, con el tiempo, transformó esa notoriedad en una plataforma política. Su discurso directo, su conexión con los sectores populares y su dominio de las redes sociales lo convirtieron en una figura inesperadamente gravitante. 

Las puertas parecían cerradas para él, hasta que un episodio fortuito cambió su destino: la maniobra de Samuel Doria Medina que dejó vacante la vicepresidencia en la fórmula de Paz. Lara emergió entonces como el “repuesto” perfecto, capaz de dotar de frescura y conexión popular a una candidatura que, hasta entonces, se percibía demasiado institucional. Su incorporación fue decisiva en la primera vuelta y crucial en el balotaje. 

A sus 39 años, Edmand Lara se convierte en el segundo vicepresidente más joven en la historia boliviana -solo superado por Tuto Quiroga, elegido a los 37- y en el primero con pasado policial. Desde 1982, todos los vicepresidentes fueron políticos de carrera o personajes públicos: Jaime Paz, Julio Garret, Luis Ossio, Víctor Hugo Cárdenas, Tuto Quiroga, Carlos Mesa, Álvaro García Linera y David Choquehuanca. Lara quiebra esa línea. Su presencia introduce un componente inédito: el ascenso del discurso digital y de la política de las redes al corazón del poder nacional. 

El binomio Paz-Lara, surgido de un equilibrio entre experiencia y disrupción, entre institucionalidad y carisma popular, sintetiza el nuevo rostro de la política boliviana. Mientras Paz representa la continuidad democrática, Lara encarna la irrupción del ciudadano común en los espacios de poder. Esa dualidad explica parte del éxito del balotaje. 

La elección de 2025 deja, además, una lectura profunda: el occidente boliviano, con La Paz a la cabeza, sigue definiendo los rumbos del país, pero lo hace ahora en un contexto más fragmentado, con nuevos lenguajes y liderazgos que se gestan en la red y en las calles. La victoria de Rodrigo Paz y Edmand Lara reafirma la hegemonía política paceña, pero también anuncia una transición cultural: la política boliviana entra a la era del voto digital, la autenticidad y los equilibrios regionales.

EL DEBER