Por: Robert Brockmann
Sorpresas te da la vida, y ¡vaya sorpresa la que dieron las elecciones! En retrospectiva es fácil hacer predicciones y decir “claro, era lógico, esto se veía venir”, pero lo cierto es que no es así. Nadie hubiera imaginado que Rodrigo Paz Pereira habría de alcanzar un holgado primer lugar. Parece que, al final, los electores bolivianos hablaban en serio cuando decían que buscaban la renovación.
Por otra parte, todas las facciones en que quedó pulverizado el Movimiento al Socialismo por pugnas internas, recibieron un claro repudio del electorado. Ni el llamado al voto nulo de Evo Morales logró revertir un derrumbre ocurrido ante nuestros propios ojos. En paralelo, Súmate, la fuerza de Manfred Reyes Villa, culminó su tendencia descendente que ya era evidente desde hace al menos un año.
Pero el desenlace más revelador fue el de Unidad, la sigla de Samuel Doria Medina. Bajo ese paraguas se congregó una élite política e intelectual que asumió que su sola presencia bastaba para conferir legitimidad a cualquier cosa que toque. Además, la adhesión pública del magnate Marcelo Claure, presentada como un aval, expuso una debilidad de fondo: la creencia de que el respaldo de magnates podía traducirse en confianza ciudadana. ¿Qué le hizo pensar a Claure que su aval significaría más que el aval de cualquier otro ciudadano? ¿Sus millones? ¿El mensaje de que su avalado se haría acreedor de recursos para su campaña (como si Doria los necesitara)? Debieron saber que la imagen de dos McPatos intercambiando guiños sería percibida con desagrado por un pueblo que repudia esas ostentaciones. Fue el momento “Manuel Rocha” de esta campaña.
Contribuyó a la imagen de incoherencia que Doria Medina, quizás el boliviano más rico dentro del país, sea uno de los vicepresidentes de la Internacional Socialista y apareciera en fotos junto al cuestionado presidente español, Pedro Sánchez.
A esto se sumó una sucesión de decisiones cuestionables. Pocos días antes del cierre de campaña, Samuel recibió con entusiasmo el apoyo de Sergio Almaraz, figura destacada del primer gobierno de Evo Morales. La reacción unánime de sectores cruceños enfrentados entre ellos lo obligó a un rechazo tardío y forzado, convertido en un “beso de la muerte” que, entre otras cosas, minó aun más su credibilidad.
Las incoherencias también se reflejaron en la actitud hacia otros actores políticos. Aquella gente de Unidad hacía un mohín de asquito hacia Tuto Quiroga tildándolo representante de la derecha cavernaria, pero no ponía reparos al hecho de que Luis Fernando Camacho y Zvonko Markovic, situados bien a la derecha de Quiroga, estaban albergados bajo la sigla samuelista. El doble rasero era evidente. Esta crítica selectiva generó la impresión de un proyecto que decía una cosa y practicaba otra. Este tipo de actitudes rozan lo que puede llamarse fariseísmo político: la pretensión de ostentar superioridad moral mientras se reproducen las mismas prácticas cuestionadas.
El problema de fondo, sin embargo, no se limitó a los tropiezos estratégicos. La figura de Samuel Doria Medina volvió a mostrar sus límites estructurales. Su único talento, y nada despreciable, es hacer dinero. Y aunque reunió un equipo sólido y presentó un candidato a la vicepresidencia de peso, la campaña quedó eclipsada por la falta de ángel y carisma del propio líder. Sus incursiones en TikTok estuvieron más veces cerca al ridículo que a la conexión genuina y, au contraire, reforzaron la percepción de un político sin imaginación y que no puede comunicar más allá de su —exitosa— experiencia empresarial.
El mensaje de las urnas, entonces, fue claro: 1) que el elector boliviano en verdad buscaba renovación; 2) que la sociedad boliviana puede perdonar errores, pero nota la incoherencia y la doble moral. Unidad ofreció un discurso que no logró sostener con coherencia en los hechos, y el resultado electoral reflejó con crudeza esa contradicción. Y 3), que no importa cuánto dinero pongas. Si no tienes lo que se necesita, no tienes lo que se necesita.
Robert Brockmann es periodista y miembro de la Academia Boliviana de la Historia.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Encontrados con Gonzalo Rivera
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