Por: Ricardo V. Paz Ballivián

Ya a mediados del siglo pasado, Tony Schwartz había descubierto un principio que explicaba como tomaban sus decisiones los electores y para definirlo había escrito una obra maestra a la que llamó “The comprehensive chord”. Tuvieron que pasar más de cincuenta años, para que la neurociencia y los significativos avances en el conocimiento del cerebro y la construcción de las emociones, confirmen plenamente lo que Schwartz decía: para conectar con los electores, es necesario tocar un acorde presente en sus cerebros, que le produzca una respuesta emocional de afecto en relación a nuestro candidato, en caso de la campaña positiva, o de desafecto a nuestros rivales, en el caso de las campañas negativas.

Así de simple, los electores promedio, aquellos que no son parte del “círculo rojo” (políticos, activistas, periodistas, analistas, funcionarios, dirigentes gremiales, cívicos, académicos, etc.), o sea la inmensa mayoría de la sociedad, NO decide su voto por razones ligadas a “la política”, es decir, no se alinea ideológicamente o por posicionamiento partidario. Lo hace por motivos principalmente emocionales que ya están presentes en su interior. La gente vota a favor de alguien o en contra de alguien, porque ese alguien ha tocado algún acorde en su cerebro que le provoca agrado o rechazo.

Ayer, domingo 13 de agosto de 2023, se llevaron a cabo las primarias abiertas simultáneas obligatorias P.A.S.O., en Argentina. Se produjo, como en otras latitudes de manera cada vez más frecuente, una sorpresa electoral, un resultado imprevisto por los analistas y las encuestas de opinión pública. El candidato Javier Milei, a quién los pronósticos más optimistas lo ubicaban en tercer lugar, logró una victoria arrasadora y se ha posicionado como el mejor ubicado para las elecciones presidenciales de octubre próximo.

Está claro que Milei logró conectar de manera virtuosa con un electorado hastiado de la política tradicional, a la que asocian con corrupción, incompetencia, deshonestidad y desidia. La gente, más que votar por el programa “libertario” de Milei, que por cierto tendrá muchas trabas operativas para concretarse, votó con bronca, como expresión de su protesta y su rechazo a lo que el propio Milei bautizó como la “casta política”.

Ahora, la pregunta es ¿por qué casi la totalidad de las encuestas y los consecuentes análisis políticos no fueron capaces de captar ese sentimiento de los electores? Casi nadie vio venir la avalancha de votos de Milei, sobre todo en las provincias argentinas donde el peronismo era hegemónico. Al igual que años antes en el Brexit, en el plebiscito por la paz colombiana, en la elección de Donald Trump y en la mayoría de las elecciones recientes, los pronósticos fallaron y analistas e investigadores hicieron el ridículo. ¿Qué está pasando para que la prospectiva política esté tan venida a menos?

Me animo a pensar que es la mezcla explosiva entre el toque emocional del voto y la racionalidad vergonzante de la gente. Me explico; creo que la gente vota principalmente (como siempre) movida por sus emociones (afecto o desafecto), pero algunos, al elegir candidatos o causas impresentables, excesivamente disruptivas, sienten vergüenza y deciden no confesar su predisposición ante las indagaciones demoscópicas. Deciden votar de manera radicalmente contestataria ante el “statu quo” (sea cual fuere este, de derecha o izquierda), pero algún prurito no les permite reconocerlo abiertamente. De alguna manera, un porcentaje apreciable de electores se avergüenza de su voto, pero no le alcanza para cuestionar su “bronca”, su rabia ante el sistema y obedece a su toque emocional. Sin embargo, no lo proclama, más bien lo esconde y sólo lo descubre en la soledad del recinto de votación … donde están sólo él o ella, ante la papeleta, dando rienda suelta a lo que le manda el hígado o el corazón.