Sí tú hubieses vivido en el siglo V a.C. en Atenas, Grecia, y hubieses sido un ciudadano libre de 40 años cumplidos, en algún momento de tu vida hubieses sido miembro de un tribunal de justicia. No te hubiese elegido la Ekklesia, sino el destino. En aquel lugar donde había una democracia sin abogados, pero con justicia, la suerte te buscaba.

 

No te buscaba para acabar contigo, sino para seleccionarte como jurado. La fortuna pasaba a través de “kleroterion”, una ingeniosa máquina de selección aleatoria. Los historiadores cuentan que era un bloque rectangular de piedra de 1,70 metros y 30 cm de grosor. En su cara frontal había unas ranuras delgadas y profundas donde los ciudadanos ponían sus placas de madera o de bronce con su nombre. Las ranuras estaban divididas en 10 columnas verticales. Cada una correspondía a una tribu.

 

Aleatoriamente, un magistrado llenaba un embudo en la parte izquierda del “kleroterion” con el mismo número de bolas negras y blancas que las placas de la columna más corta. Automáticamente, excluía las placas de las demás columnas que quedasen por debajo de ese nivel. Después, giraba lentamente una manija en la parte baja del embudo para ir sacando una bola a la vez. La primera bola en salir determinaba el destino de la primera fila en todas las columnas: si salía bola blanca, la fila completa de ciudadanos era incorporada al jurado del día; si salía bola negra, quedaban exentos (J. Kane, Vida y muerte de la democracia).

 

Los atenienses dejaban a la máquina de la justicia elegir a sus jueces porque confiaban más en el destino que en la naturaleza humana. Si bien cambiaron las circunstancias, la naturaleza humana sigue siendo la misma. El ser humano es propenso a caer en sesgos psicológicos y anteponer sus intereses personales a los colectivos si no es limitado por las leyes o es vigilado por ojos públicos.

 

Por eso, a estas alturas de la historia, deberíamos combinar la suerte, la inteligencia artificial y las percepciones humanas para elegir magistrados.

 

La preselección de los postulantes debería ser encargada a una consultora internacional. Ésta evaluaría las competencias blandas: comunicación efectiva, trabajo en equipo, empatía, resolución de problemas y liderazgo. También haría un examen psicológico de los postulantes para preseleccionar a los más equilibrados y excluir a los que se transforman con un pedazo de poder. 

 

De ese modo, tendríamos postulantes con un conjunto de aptitudes interpersonales y rasgos de carácter para interactuar de manera efectiva en el ámbito personal y profesional. Las relaciones sociales saludables son esenciales para administrar justicia.

 

Terminada la preselección, la Inteligencia Artificial (I.A.) debería evaluar las competencias duras de los preseleccionados. Estas habilidades técnicas y específicas son adquiridas a través de la educación formal, la formación especializada y la experiencia práctica. Por tanto, son medibles y cuantificables.

 

Con el fin señalado, la IA analizaría datos históricos y proporcionaría información sobre las habilidades que demostraron ser más efectivas en el pasado. En consecuencia, definiría el perfil ideal de un magistrado o juez.

 

La IA examinaría las competencias duras a través de pruebas estandarizadas. Por ejemplo, aplicaría pruebas de conocimiento legal. En ese marco, los postulantes demostrarían sus conocimientos sobre legislación, procedimientos judiciales y principios jurídicos.

 

La IA también diseñaría simulaciones de casos para que los candidatos apliquen sus conocimientos en escenarios posibles. Sería la mejor forma de medir su capacidad de resolver problemas legales y asumir decisiones. Los exámenes de selección múltiple, como recientemente usó el Legislativo, están bien para colegiales, no para magistrados.

 

De este modo, evitaríamos los vergonzosos chanchullos y trampas que se han producido en la última elección de postulantes para las elecciones judiciales. La IA mejoraría la precisión al eliminar sesgos humanos (ideología, prejuicios) en la evaluación.

 

En resumen, los expertos de la consultora internacional examinarían el sentido de justicia de los postulantes y la IA, sus conocimientos sobre leyes y su capacidad sobre procedimientos.

 

La Inteligencia Artificial seleccionaría a aquellos que han alcanzado un umbral mínimo de competencias duras. Para garantizar la confianza en el proceso, la lista final debería ser transparente y accesible a la sociedad.

 

Finalmente, llamaríamos al destino para que elija a los magistrados de una lista de candidatos idóneos. Opción uno: un sorteo electrónico. Para ello, tendríamos que usar un software que garantice la aleatoriedad. Sería un programa que seleccione al azar uno o varios candidatos de la lista y asegurar que todos tengan la misma probabilidad de ser elegidos.

 

Opción dos: un sistema de lotería, supervisado por la misma consultora internacional y vigilado por instituciones de la sociedad civil boliviana. Para inspirar confianza, se podría incluir auditorías e informes públicos.

 

Entonces, si tú quisieras ser magistrado no tendrías que someterte a un partido y no te ganarían los tramposos. Dependerías de tus competencias blandas, de tus conocimientos y finalmente de tu destino como en el siglo V a.C.

 

Si nos decidimos, podemos aplicar este método después del 2025. 

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Encontrados con Gonzalo Rivera.