Por: Andrés Gómez Vela
¿Por quién vamos a votar, Andrés?—me preguntó doña Hilda, de aproximadamente 50 años, después de haberme comentado por unos minutos sobre los elevados precios de los alimentos. Coincidimos el jueves en el pasaje Ortega, Calle Tumusla de La Paz.
—Aún no sé, ¿ya decidió usted por quién votar?—le respondí mientras compraba ají colorado, ajo y orégano.
—No hay pues por quien, pero en mi familia ya sabemos por quién no vamos a votar—me aseguró.
—Entonces, usted y su familia ya decidieron apoyar a la oposición, pero aún les falta elegir al candidato—agregué.
—Sí pues, pero ninguno se hace querer, son los mismos, todos igualitos—dijo.
Al igual que la familia de doña Hilda, la mayoría de los electores ya decidió por quiénes no votar. Es mi deducción a partir de interacciones personales, de opiniones que escucho y leo y de las tendencias que hay en la atmósfera electoral. El bando está elegido, mas no el candidato. ¿A qué se deben las dudas? A la ausencia de un elemento que distinga a uno de los candidatos del resto del mismo bando.
A pocas semanas de los comicios, los postulantes de la oposición son percibidos casi iguales en edad, en sexo, en clase social, en cultura, en pensamiento económico y en propuesta. Es probable que los más informados hallen algunas diferencias, pero la gran mayoría no tiene tiempo para encontrar las siete diferencias, ni siquiera una.
Es como ver en un llano beniano decenas de vacas blancas, del mismo tamaño y de la misma longitud de cuernos. Ninguna concentra la atención. Si entre ellas hubiese una vaca morada, los ocasionales transeúntes concentrarían su atención en ese ejemplar. Como no hay, todas pasan desapercibidas.
Por eso, personas de las clases medias tradicionales con algo más de información dicen y piden públicamente votar por el candidato de la oposición mejor ubicado en las encuestas. ¿De cuáles encuestas si casi todas han perdido credibilidad? ¿Qué pasará si la distancia de unos a otros está en el margen de error?
Hallen o no ese elemento diferenciador, las clases medias citadinas que en pasadas elecciones habían votado por el MAS no retrocederán porque la opinión de la familia es contagiosa. Justo por esta razón, el voto joven no es muy soberano. Los jóvenes evalúan sus propias opiniones o capacidades comparándose con las personas más cercanas de su círculo, especialmente cuando no tienen referencias objetivas.
¿Qué pasa en las filas de las clases medias populares? Gobiernan las dudas porque perciben que los candidatos de la oposición están alejados de su cotidianidad; por tanto, despiertan desconfianza. No se sienten conectados emocional ni políticamente porque la oposición/derecha les suena a discriminación y racismo más que a libre mercado y a menos Estado. Su entorno y los algoritmos les envían a diario desinformación y odio para desnutrir su pensamiento crítico y opinión.
Sin embargo, tampoco ya creen en los candidatos del masismo. Las evidencias empíricas generadas por la crisis económica chocan con sus encuadres y alteran la armonía de sus creencias, sus acciones y sus comportamientos. ¿Cómo volver a votar por los que hundieron a Bolivia? ¿Cómo volver a confiar en uno de ellos si en 18 años callaron los abusos de su jefe mientras se beneficiaban con cargos públicos? ¿Cómo creerles si ayer nomás gritaban loas y escribían panigíricos en favor de quien hoy rechazan porque ya no les sirve? En este grupo está la mayoría de los indecisos.
Entre las personas que pertenecen a organizaciones corporativas o grupos comunitarios, donde priman las interacciones cara a cara, la presión social será determinante. En el contexto polarizado en el que vivimos, sus integrantes se adherirán públicamente a una narrativa dominante por presión social y preservación de intereses, aunque no la compartan en privado.
No votarán por la oposición porque en sus filas manda el sesgo cognitivo de anclaje. Para la mayoría, los candidatos de la oposición son “neoliberales”, “vendepatrias” y “enemigos”. Tienen escasa información y sus fuentes principales son sus dirigentes que creen tener, por exceso de confianza, una visión clara sobre problemas complejos como economía o política exterior, cuando en realidad sólo tienen teorías conspiracionistas.
Daniel Kahneman y Amos Tversky descubrieron hace tiempo que entre las personas las pérdidas pesan más que las ganancias. Por eso, creen a su dirigente que les advierte que si la “derecha” vuelve a Palacio perderán todo lo que han logrado hasta ahora, aunque esos logros sólo hayan beneficiado al dirigente y no tanto a ellas, la “escalera”.
A estas alturas, las bases están desorientadas. Quieren votar por su jefazo, pero no estará en la papeleta. Quieren al “traidorcito”, condenado por su jefazo, pero no saben si participará. No quieren a Eva Copa (Morena) ni a Eduardo del Castillo (MAS). Si en el lado del masismo quedase sólo éste, preferirán votar nulo o blando.
—Ha sido un gusto, hablar con usted. Estaré leyendo lo que escribe y viendo sus tiktoks para ver por quién votamos—se despidió doña Wilma y se fue en dirección a la calle Max Paredes de La Paz. Volví a casa pensando en lo que me dijo y en escribir esta columna.
Andrés Gómez Vela es periodista y abogado.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Encontrados con Gonzalo Rivera
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