Por: Francesco Zaratti
La errática guerra arancelaria desatada por Donald Trump se asemeja cada vez más a una medida extorsiva para obligar a todo el mundo a aceptar un nuevo orden planetario que abarca aspectos comerciales, industriales, monetarios, militares, ideológicos y éticos. El desenlace de esa contienda no está claro todavía, pero una cosa es cierta: el mundo ya no será el mismo que antes.
En los análisis de estos días se ha usado mucho el verbo “resucitar” para recordar políticas que el “trumpismo” busca imitar: el expansionismo del victimado presidente William McKinley (1897-1901) quien arrebató a España las islas de Puerto Rico, Guam y Filipinas; la terrible recesión de los años 30 del siglo XX; los acuerdos de Bretton Woods; el tradicional proteccionismo estadunidense, entre otras linduras. Curiosamente, se lo hace muy cerca a la conmemoración del evento central de la fe cristiana, la Resurrección de Jesucristo, que transformó la humanidad como ningún otro acontecimiento de la Historia.
Si eso fuera poco, la ciencia empresarial acaba de anunciar otra hazaña genética: la “resurrección” de una especie animal extinta hace más de doce mil años, el “terrible lobo americano” (“dire wolf” o “Aenocynion dirus”, también llamado “lobo gigante”). Veamos de que se trata, más allá de los grandilocuentes y provocadores titulares de los medios.
Todo empezó el año 2021, cuando un empresario y un investigador de la genética fundaron “Colossal Biosciences Inc.” con el objetivo de “de-extinguir” (revertir de su extinción) el mamut y el tigre de Tasmania, un proyecto que se ha revelado más complicado de lo imaginado.
Ahora bien, Colossal acaba de anunciar su primer logro: la de-extinción precisamente del lobo terrible, mediante una técnica que consiste en modificar (exactamente en 14 genes) el código genético de un lobo gris -el pariente vivo más cercano al dire Wolf- con base en el DNA extraído de un diente fósil de un animal extinto hace más de trece mil años y usando a una perra doméstica como madre sustituta del embrión clonado.
El resultado ha sido el nacimiento de tres cachorros de dire wolf, que por varias razones son recluidos en un rancho de Montana, con la venia de instituciones reguladoras de la vida animal, sin posibilidad de que los de-extintos lobitos se integren a su entorno natural que, por cierto, ya no existe.
Hasta aquí la información proporcionada por la empresa Colossal Biosciences. Sobre esa base, quisiera compartir con mis lectores un par de observaciones.
En primer lugar, la palabra “resurrección” está mal aplicada: no se trata de un individuo que ha vuelto a vivir, sino de una especie extinta que ha sido “estéticamente” recuperada. De hecho, los cachorros (dos machos y una hembra) no son dire wolfs al 100%, sino que solo “se parecen” a esos animales extintos, por lo que no podemos decir nada sobre su comportamiento que tal vez se aproxima más a un lobo gris que a sus antepasados “terribles”. Si así fuera se trataría tan solo de una modificación genética de lobos grises.
Por tanto, es incorrecto usar la palabra “resurrección” y es discutible denominar “de-extinción” una mutación estética por vía genética. Es interesante advertir que la resurrección de Jesucristo es todo lo contrario: el Resucitado no se parece externamente al Jesús que conocieron en vida sus discípulos: éstos logran reconocerlo solo después que Él se les revela.
En segundo lugar, el logro anunciado es solo el comienzo de algo que en un futuro no tan lejano nos asombrará aún más. Sin embargo, es lícito preguntar: ¿tiene sentido recuperar especies que la selección natural ha extinguido junto a su hábitat? ¿No sería más lógico recuperar especies que recién el hombre ha extinguido, si se conserva el hábitat?
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