Por: Mauricio Medinaceli M.
Porque nunca fue realmente un “modelo”: fue una fórmula para cosechar el trabajo ajeno. Y hoy en día, simplemente, no queda mucho por cosechar.
Regreso al año 2006 y recuerdo la arrogancia estridente, las bravuconadas de aquellos que recién tomaron el poder. Frases como “enseñaremos economía a los neoliberales”; “después de la larga noche neoliberal”; “el gas es del pueblo”; “Bolivia es el último baluarte moral de la humanidad”, llenaban los titulares y discursos de la época.
En todo este frenesí retórico, surgió una idea “millonaria” que desde el punto de vista del marketing político fue impecable: la creación de un supuesto nuevo modelo económico que —con una arrogancia asombrosa— descartaba de un plumazo más de dos siglos de teoría económica sobre crecimiento y desarrollo.
“El nuevo modelo económico, social comunitario y productivo” le llamaron y semejante nombre me recordó al diálogo de una película, en ella uno de los protagonistas afirmaba: “mientras más largo el nombre del país, menos democrático es este país”. Se refería a “La República Libre y Democrática del…”; la “República Bienaventurada de…” el “Estado Multinacional y Libre de…”.
Regresemos al modelo. No cabe duda de que el nombre tenía un atractivo, un sex appeal podría decir. Este nombre sugería que era algo nuevo, algo comunitario… tocando las fibras más profundas del modo de vivir del 50% de los bolivianos y remataba con “productivo”, la joya que coronaba el eslogan. ¿Qué más se podía pedir? El nombre lo tenía todo.
Ahora, cualquier publicista sabe que un buen nombre no lo es todo. El producto también debe funcionar. ¿Y lo hizo? Pues el aparato de comunicación del Estado construyó una narrativa muy simple y profunda: “el crecimiento económico se debe al nuevo modelo económico” – y dicha narrativa fue rápidamente “comprada” por los votantes bolivianos.
La aritmética era simple: el Gobierno nos dice que existe un nuevo modelo y que gracias a él, los bolivianos tenemos dinero en los bolsillos, ergo, el modelo debe funcionar. Algunos amigos matemáticos firmarían con un: lqqd.
¿Qué está pasando aquí? ¿Cuál es esta magia? ¿Es cuestión de ser bravucón, irreverente y poco sensato para que las cosas funcionen? Todo enmascarado en un nombre altamente vendible. Pues veamos en qué consiste en esencia este “modelo”.
Y no lo digo yo. Está escrito por el propio autor de la idea quien nos observa desde la plaza Murillo. Escarbando la metodología encontramos una sencilla ecuación que describe todo este llamado “modelo”. Esta ecuación dice algo así: “obtenemos la renta del gas y con ello financiamos gasto e inversión”. Tal como se menciona en la página 99 del libro que describe esta receta:

Es más, es impresionante la falta de modestia del autor del libro, cuando menciona en la nota a pie de página 28 (página 85):

Una dosis de autosuficiencia que, honestamente, asombraría a un estudiante de primer año en cualquier facultad de economía mínimamente seria. Es una osadía intelectual más propia de un semidiós… o de un charlatán.
Más de diez años después el “modelo” muestra lo que realmente era: una receta para utilizar las rentas del trabajo ajeno y venderla como logros propios. Es decir, vivieron de la siembra ajena —el proyecto de exportación de gas al Brasil, forjado en la malvada ‘noche neoliberal’— y se atribuyeron su cosecha como mérito propio.
Se acabaron las rentas del gas y se acabó:
* El financiamiento de la industrialización
* El financiamiento del gasto público
* El financiamiento de la inversión pública, muchas veces desquiciada
* Una absurda política de bolivianización
* El dinero para financiar los subsidios
En síntesis, se acabó todo aquellos que el “modelo” prometía. El acto final de este truco de magia ha sido revelado: “ahora lo ves, ahora no lo ves”.
Ahora todos los bolivianos debemos pagar el precio de esta necedad autocomplaciente de los autores de este “modelo”. Ellos están dispuestos a llevar al país a la quiebra antes que admitir que todo fue una coreografía vacía de contenido en un teatro lleno de espejos.
Porque también es de valientes reconocer un error… pero lo es aún más, impedir que todo un país pague el precio de sus consecuencias.
Una silenciosa noche de junio de 2025
Santafé
S. Mauricio Medinaceli M.
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